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Comunicación contra Información

Autor: Ignacio Ramonet *

En Sala de Prensa, núm. 46, año IV, vol. 2, agosto 2002.

Cabe preguntarse ¿cuáles son realmente los poderes hoy? El primero de todos es el poder económico; el segundo, el mediático, y, relegado en una tercera posición, el político.

Algunos sueñan con un mercado perfecto de la información y la comunicación, totalmente integrado gracias a las redes electrónicas y los satélites... Lo imaginan construido según el modelo del mercado de capitales y los flujos financieros, que se mueven de forma permanente...

En el gran esquema industrial concebido por los patronos de la industria del entretenimiento, la información es concebida como una mercancía, y este carácter predomina ampliamente respecto a la misión fundamental de los medios: aclarar el debate democrático.

Los medios no saben distinguir, estructuralmente, lo verdadero de lo falso

La prensa escrita está en crisis. En España, en Francia y en otros países está experimentando un considerable descenso de difusión y una grave pérdida de identidad. ¿Por qué razones y cómo se ha llegado a esta situación? Independientemente de la influencia, real, del contexto económico y de la recesión, las causas profundas de esta crisis hay que buscarlas en la mutación que han experimentado en los últimos años algunos conceptos básicos de periodismo.

  1. Se ha producido una revolución copernicana en el concepto de información. Actualmente, la imagen de un acontecimiento (o su descripción) es suficiente para darle todo su significado. En este nuevo marco, el medio escrito ha perdido jerarquía frente a la televisión: El primero, por definición, vincula el informar a proporcionar no sólo la descripción precisa y verificable de un hecho, sino también un conjunto de parámetros contextuales para que el lector pudiera comprender su significado profundo. La televisión ocupa el lugar dominante entre los medios porque satisface como ningún otro medio el objetivo prioritario del telespectador, que no es comprender la importancia de un acontecimiento sino verlo con sus propios ojos. Es más, cuando un gran acontecimiento no ofrece un capital de imágenes se crea una especie de confusión difícil de desvelar. Estoy pensando en el genocidio en Ruanda, en 1994 cuando los hutus exterminaron a una gran parte de los tutsis. Oímos hablar muy poco, en principio, porque se estaba celebrando el Festival de Cannes. Pero después se descubrió que se trataba de un genocidio, se empezaron a avanzar cifras y la televisión empezó a mostrar imágenes. Cuando llegan las primeras imágenes se ve gente que sufre, familias, personas, niños y ancianos que caminan, que son víctimas de epidemias, se les ve morir, cómo los entierran. Todo masivamente... como un gran éxodo bíblico. Se sabe al mismo tiempo que circulan estas imágenes, que Francia montó una llamada "operación turquesa" para proteger a las poblaciones. Genocidio, víctimas, protección. Todo parece funcionar. Pero como del genocidio no hubo imágenes reales, lo que los telespectadores ven cuando creen estar viendo a las víctimas no es otra cosa que a los victimarios y, la "operación turquesa" fue tendida para defender a los autores del genocidio. Este tipo de información no puede decir una cosa y su contraria, no se puede decir: ha habido víctimas, he aquí los verdugos. Los verdugos son víctimas. No hay forma de entenderlo.
  2. Otro concepto que ha cambiado es el de actualidad de la información. ¿Qué es hoy la actualidad y qué acontecimiento destacar en el maremágnum de hechos que ocurren en el mundo? ¿En función de qué criterios hacer la selección? También aquí es la televisión la que manda, construyendo la actualidad, provocando el shock emocional y condenando prácticamente a la indiferencia a los hechos que carecen de imágenes. En el nuevo orden de los medios, las palabras, los textos, no valen lo que las imágenes.
  3. También ha cambiado el tiempo de información La optimización de los medios es ahora la instantaneidad (el tiempo real), el directo, que sólo pueden ofrecer la radio y la televisión. Esto hace envejecer a la prensa diaria, forzosamente retrasada respecto a los acontecimientos y demasiado cerca de la vez, de los hechos, para poder sacar, con suficiente distancia, todas las enseñanzas de lo que acaba de producirse.
  4. Un cuarto concepto que se ha modificado es el de la veracidad de la información. Basta con que un hecho sea lanzado desde la televisión (a partir de una noticia o imagen de agencia) y repetido por la prensa escrita y la radio, para que el mismo sea acreditado como verdadero sin mayores exigencias. Y como en la actualidad los medios funcionan entrelazados, en bucles, de forma que se repiten e imitan entre ellos, es frecuente la confirmación por parte de un medio de la noticia que éste mismo lanzó a partir de la reproducción de la misma en otro medio, que simplemente la "levantó" del primero. Es más, se produce a veces un verdadero mimetismo mediático, una especie de fiebre que se apodera súbitamente de los medios y que los impulsa, con la más absoluta urgencia a precipitarse para cubrir un acontecimiento bajo el pretexto de que otros -en particular los medios de referencia- conceden a dicho acontecimiento una gran importancia. Los medios se autoestimulan de esta forma, se sobreexcitan unos a otros, multiplican la emulación y se dejan arrastrar en una especie de espiral vertiginosa, enervante, desde la sobreinformación hasta la náusea. De esta forma, podemos recordar, se construyeron las mentiras de las "fosas de Timisoara", y todas las de la Guerra del Golfo. ¿Qué medios tiene el ciudadano para averiguar que se falsea la realidad? No puede comparar unos medios con otros. Y si todos dicen lo mismo no está en condiciones de llegar, por si mismo, a descubrir lo que pasa.
  5. Un quinto parámetro es la hiper-emoción, esto es un mecanismo que vuelve verdadero aquello que provocó la emoción del telespectador; cuando el telespectador sólo puede tener certeza de la emoción que a él le provocaron unas imágenes acerca de las que no tiene medio de saber si son reales o falsas. Así, el telespectador podrá decir: "Yo vi lo que pasó en Rumania, vi esas batallas, esos combates...". ¿Cómo es posible? Porque esta concepción de la información plantea un camino equívoco. En el momento que asisto a una escena que suscita mi emoción ¿dónde está lo verdadero: en las circunstancias objetivas que rodean a esa escena y hacen que se produzca, o en el sentimiento que yo experimento? Y además, como mis lágrimas son verdaderas, yo creo que lo que he visto es verdadero. Se crea así una confusión entre emoción y verdad contra la que es muy difícil precaverse.
  6. Un nuevo concepto de censura ha emergido, y funciona no suprimiendo, amputando, prohibiendo, cortando. Funciona al contrario: por demasía, por acumulación, por asfixia. ¿Cómo ocultan hoy la información? Por un gran aporte de ésta: la información se oculta porque hay demasiada para consumir y, por lo tanto, no se percibe la que falta. La información durante siglos fue una materia extremadamente escasa, tanto, que se podía decir que quien tenía la información tenía el poder. Finalmente el poder es el control de la circulación de la comunicación. Tomemos la Guerra del Golfo. Hoy se sabe que fue una gran manipulación. No se dijo: "Va a haber una guerra y no os la vamos a enseñar." Al contrario, se dijo: "La vais a ver en directo." Y se dio tal cantidad de imágenes que todo el mundo creyó que veía la guerra, aunque después se dio cuenta de que las imágenes eran señuelos o que las habían grabado antes. Esta superabundancia de información hace incluso la función de biombo. Un biombo que oculta, que es opaco y que hace más difícil la búsqueda de la buena información.

La ideología de la CNN, la nueva ideología de la información en continuo y en tiempo directo, que la radio y la televisión han adoptado, establece que hoy no puede existir un acontecimiento sin que sea grabado y pueda ser seguido en directo y en tiempo real. Esa idea consigna que el mundo tiene cámaras en todas partes y que cualquier cosa que se produzca puede ser grabada. Y si no se graba no es importante.

La prensa escrita acepta la imposición de tener que dirigirse no a ciudadanos sino a telespectadores

A la tendencia creciente a confundir información con comunicación se debe añadir un malentendido fundamental: Muchos ciudadanos estiman que, confortablemente instalados en el sofá de su salón, mirando en la pequeña pantalla una sensacional cascada de acontecimientos a base de imágenes fuertes, violentas y espectaculares, pueden informarse con seriedad. Error mayúsculo. Primero porque el periodismo televisivo, estructurado como una ficción, no está hecho para informar sino para distraer; segundo porque la sucesión de imágenes breves y fragmentadas (una veintena por telediario) produce un doble efecto negativo de sobreinformación y desinformación; finalmente, porque querer informarse sin esfuerzo es una ilusión más acorde con el mito publicitario que con la movilización cívica. Informarse cuesta y es a ese precio que el ciudadano adquiere el derecho a participar inteligentemente en la vida democrática.

Numerosas cabeceras de la prensa escrita continúan adoptando, por mimetismo televisual, por endogamia catódica, las características propias del medio audiovisual: la primera concebida como pantalla, la reducción del tamaño de los artículos, la personalización excesiva de los periodistas, la prioridad otorgada al sensacionalismo, la practica sistemática de la amnesia en relación con las informaciones que hayan perdido actualidad. Compiten con el audiovisual en materia de marketing y desprecian la lucha de ideas. Fascinados por la forma se olvidan del fondo. Han simplificado su discurso en el momento que el mundo convulsionado por el fin de la guerra fría, se ha vuelto considerablemente más complejo.

Un desfase tal entre este simplismo de la prensa y la complicación de los nuevos escenarios de la política internacional desconcierta a muchos ciudadanos... Informarse sigue siendo una actividad productiva, imposible de realizar sin un esfuerzo y exige una verdadera movilización intelectual. Una actividad tan noble en democracia como para que le ciudadano decida dedicarle una parte de su tiempo y de su atención.


* Ignacio Ramonet es director de Le monde Diplomatique y de Maniere de voir; es especialista en geopolítica y estrategia internacional, doctor en Semiología y en Historia de la Cultura. Este texto fue publicado en Bitácora, suplemento del diario La República, de Uruguay, y se reproduce con la autorización expresa de su editor, Carlos Santiago.

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